Entregando laptops del Plan Ceibal

Esta nota la escribió Gustavo Ochoa, uno de los voluntarios que colaboró en la entrega de laptops semanas atrás. ¡Vale la pena!

Hoy es tiempo de renovación. Cambios que nos cuestan empezar a tomar. Porque con Varela, José Pedro nos está pasando lo mismo que con Varela, Obdulio.

El mito de Maracaná y el de la Escuela Pública nos llenan de obligaciones con el pasado y nos dificultan mirar y actuar hacia delante.

A pesar de eso, hay oportunidades que se presentan y que pueden mostrarnos algo del camino, si no cerramos los ojos y si ponemos fe en la construcción de una visión nueva.

Porque sin visión hay confusión. Y hoy nos falta una consigna para la educación, en la que podamos creer y a la que podamos apostar esfuerzos y ganas.

Una de esas oportunidades es sin duda el Plan Ceibal.

Pero para entender el Plan Ceibal, hay que vivirlo. No es posible discutir si está bien o si es oportuno o si hay que hacer un proyecto pedagógico previo, o si previamente hay que mejorar ésto o esto otro.

Para entender el Plan Ceibal, nada mejor que pasarse una jornada repartiendo computadoras en las escuelas rurales del interior.

Después de participar de esa experiencia, las dudas se desvanecen.

El Plan Ceibal no es un plan educativo, es un plan de equidad. También la Reforma Vareliana fue, entre otras cosas, un plan de equidad.

“Todos los orientales tienen derecho a poseer las herramientas que les permitan leer libros y acceder a las ideas que en ellos están, y a partir de ese acceso labrarse un futuro mejor”, tal vez dijo alguna vez Elbio Fernández.

“Todos los uruguayos tienen derecho a poseer las herramientas que les permitan acceder a la autopista de la información global y a las ideas que en ella circulan, y a partir de ese acceso labrarse un futuro mejor”, dicen hoy los que impulsan el Plan Ceibal.

Son muchas las analogías que me hacen pensar que estamos ante un momento histórico similar al de fin del siglo XIX. Estamos ante un momento de esos que no se pueden dejar pasar.

Nunca en los últimos 130 años tuvimos los ciudadanos de a pie, la oportunidad de participar en un cambio tan importante para la educación, como el que se está gestando hoy. A pesar de que muchos no lo vean así todavía.

Por eso es que decidí incorporarme al grupo de voluntarios que salieron a repartir las computadoras por el departamento de Florida, y me propongo comentarles lo que viví:

Llegué al LATU antes de las 8:00 en la mañana fresca del jueves pasado y pregunté en portería dónde se reunían los voluntarios. Me indicaron la fachada del edificio donde funciona Ingenio, el área de LATU donde se incuban empresas innovadoras. Allí adelante estaban esperando una media docena de chicos y chicas en edad liceal, probablemente de 5º y 6º, todavía medio dormidos.

Me presenté y averigüé que venían del liceo 10 en su mayoría, pero también había del 15.

También estaba allí otro veterano, como yo, ingeniero y que venía por el Centro de Software Libre. Al rato llegó Fernanda, docente de literatura y compañera de militancia de las épocas allá por el 83. Luego llegaron Pedro y Gabriela, estudiante uno y egresada reciente de Telecomunicaciones la otra, ambos pasantes contratados por el Plan Ceibal para coordinar y supervisar la entrega de las máquinas junto con los voluntarios.

“Hoy nos toca Chamizo, la zona rural de Chamizo y Fray Marcos.”- nos comentó Gabriela una vez ubicados en las camionetas y ya en viaje- “Nos repartiremos entre las escuelas rurales de la zona y las escuelas de los pueblos que mencioné. Armaremos 3 equipos, a cargo de Uds. que son los más veteranos.”

Algunos de los chicos ya estaban repitiendo la experiencia.

“Esta es la tercera vez que vengo. A mí todo lo que sea voluntariado para ayudar me gusta”, comentó Leticia, una bonita morocha de 17 años y 6º del Liceo 10 .

Ricardo, también del 10, con su segunda experiencia como voluntario, era todo un referente. En ambos chicos se veían las capacidades de organización y la seriedad con que tomaban la tarea.

Cuando llegamos a Fray Marcos, la mañana era clara y templada, muy agradable.

La escuela 45 es el principal edificio del lugar. Importante en sus dos plantas, pero humilde a la vez, es el edificio principal del lugar. A su frente la plaza, con el busto de Artigas, un espacio sombreado, tranquilo, hermoso.

A la sombra, las camionetas del Correo, que con precisión logística, estaban esperando con el preciado cargamento de computadores recién saliditas del puerto. Y detrás del alambrado protector, las miradas de cientos de ojitos, de los niños.

Y Mirta Mendieta, la Directora, que nos sale a recibir sonriendo.“Los estábamos esperando, los chicos están muy ansiosos.”

Gabriela realiza las formalidades y firmas de recibos con la Directora y con los funcionarios del Correo que ya habían bajado las cajas y luego se lleva a los otros dos equipos y las máquinas necesarias para cubrir las pequeñas escuelas rurales y nos deja a Ricardo, Francisco, Florencia, Stefanía y al veterano que les habla, para cubrir toda la escuela 45, con sus casi 400 niños distribuidos en dos clases para cada grado desde primero a quinto y un sexto grado, totalizando 11 clases a las que se suman las dos clases de educación inicial.

Avanzamos por los corredores de una escuela bien iluminada, aireada, con buena ventilación, pero por donde se ven los estragos del tiempo y de las dificultades de mantenimiento. Dos salones hermosos y muy amplios de la planta superior están vacíos. “No los pudimos usar este año, tuvimos que apretar los niños de 4º en un depósito sin ventilación, porque estos salones no los podemos usar. Se llueven como afuera. Es que la aislación es muy antigua, a base de asfaltote y fibra de vidrio y está vencida. Tampoco la instalación eléctrica funciona en todo el piso superior” .

Mirta nos cuenta sus cuitas como Directora y también sus esperanzas. “Ya está encaminado lo de la azotea, hoy se la voy a mostrar a Florit para que me de una mano”. Héctor Florit, llegó con nosotros en otro vehículo y participó de la jornada, integrándose en la repartida y almorzando con el equipo voluntario.

Comenzamos por 2º A. La puerta cerrada sin vidrios, que se abre y cuarenta ojos que nos miran y sonríen. “¿Saben a qué venimos hoy?” preguntamos al entrar –“ ¡ Siiiiiiii !!!!A traer las computadoras” responden al unísono.

Organizamos la entrega y pedimos un aplauso para la primer niña que recibió la lap top. Luego todos los niños aplaudieron a cada uno que pasaba al frente respondiendo a nuestro llamado, que, desde el recuerdo infantil nunca desaparecido, me hacía impostar la voz y marcar, primero los dos apellidos, pausa, y los dos nombres infaltables en rápida seguidilla..

Los niños miraban la compu, el manual, el cargador y esperaban por los demás, hasta que la ansiedad por empezar a abrir, tocar, mirar, los venció y se formaban racimos alrededor de cada computadora entregada, donde por encima del hombro del propietario miraban todos los demás.

No llegamos a terminar la entrega cuando algunas máquinas ya estaban encendidas, ya les habían puesto el código de acceso y ya estaban accediendo a los diversos programas.

“¿Cuántos niños tienen computadoras en sus casas?” El conteo de manos levantadas no superaba las 5 o 6, en clases de 30 alumnos. Los chicos del liceo 10 se repartieron por las mesas y explicaron las básicas, más que nada respondiendo preguntas individuales.

Pero enseguida comenzó la reproducción celular, indetenible, espontánea, geométrica.

Siguiendo el viejo método de mirar lo que hace el que sabe, en escasos 10 minutos todos los niños habían encendido su computadora y encontrado el programa que más les gustaba.

Una observación interesante: no fueron los juegos los programas más visitados de entrada.

El más solicitado, la pregunta más oída fue: “Señor, señor, ¿cómo hago para poner música?”

La segunda: “Señor, señor ¿me enseñás a sacar las fotos?”

La tercera: “¿dónde están los juegos?” Y la cuarta: “¿cómo hago para escribir?”

Pero por favor, detengan un momento la lectura e imagínense el entorno y el ambiente: Las preguntas eran 40 a la vez. Dirigidas a cada uno del equipo y también por supuesto, a la maestra, que siempre estuvo a la par, aunque con cautela, conciente de sus propias dudas e inseguridades respecto a la tecnología, pero siempre con una respuesta a los niños, aunque esta fuera seguida de una mirada de socorro hacia alguno de nosotros.

Te agarraban del brazo y hablaban uno encima del otro y repetían la misma pregunta cada minuto.

Hasta que empezamos: “¿Quién pudo llegar a sacar fotos?” y la respuesta, “yo, yo” seguida por mi instrucción: “bueno, vos enseñale a aquél, y vos a aquella, que están pidiendo ayuda por eso que vos sabés hacer.”

Fernanda los mira y nos pregunta si esta experiencia nos sirvió para revalorizar el trabajo de las maestras.

Ninguno de los niños se dio cuenta cuando el equipo de entrega abandonó el salón para repartir en las otras clases.

“Es que después que les das la máquina, no existís más”, me contaba de su experiencia Pedro Arzuaga, ingeniero que ya había participado antes.

Así se repitieron las clases, con las mismas miradas, las mismas risas, los mismos gritos, los mismos aplausos, las mismas ganas de tener, de tocar, de aprender, de jugar.

“Es la primera vez que los niños aplauden porque se terminó el recreo” decía socarronamente la Directora en el almuerzo.

En la tarde llegó Luis Garibaldi, que al igual que Florit, se integró a la entrega y participó de las explicaciones a los niños sobre el uso de las máquinas. Ambos le tomaron el pulso a la situación y vieron que lejos de ser un caos, maestras y niños rápidamente se apropiaban de la herramienta y comenzaban a establecer los patrones de uso.

Finalmente, le entregamos las computadoras a las maestras de educación inicial y a Mirta. El trabajo terminó casi sobre las cinco de la tarde.

Los niños de todos los grados formaron fila en el patio, como lo hacen siempre, todos los días. Pero hoy tenían una sonrisa especial. Todos llevaban en las manos la valijita verde de la computadora. Prácticamente ninguno la guardó en la mochila. Todos querían mostrarla. A los papás que esperaban afuera, a los hermanos, quién sabe.

Una niña en bicicleta lleva la computadora en el canasto de las compras.

Así la tecnología se integró a la vida de Fray Marcos ese día. Ahora todos los niños comenzarán un nuevo camino, parecido al que ya recorren los niños de Cardal. Sorprendiendo al mundo al colgar con candor rural de You Tube el parto de una vaca o la carneada y fabricación de chorizos. Siendo visitados por cientos de personas de todo el mundo, que nunca salieron de su ciudad.

Porque si había dudas de la posibilidad de crear contenidos a partir de sólo la entrega de las máquinas, esa duda ya no existe. Los propios niños sorprenderán como fotógrafos, como periodistas, como investigadores. Y se comunicarán con el mundo sin pedirle permiso a nadie.

1 comentario:

Paul D. Spradling dijo...

Buenisimo el articulo, muy buen redactado. Siempre es refrescante leer sobre las experiencias desde el punto de vista de los voluntarios. Gracias Gustavo!